Alivia la migraña: gracias a su capacidad de relajar los músculos, el tratamiento con Botox puede ser un alivio a tener muy en cuenta en los casos de migraña crónica. Para este uso se inyecta en  la frente, los temporales y la nuca, y consigue atenuar el dolor, las náuseas y la sensibilidad a la luz asociadas a la migraña.

Corrige el estrabismo: la toxina botulínica lleva décadas utilizándose para relajar el músculo ocular que causa el estrabismo, con resultados muy satisfactorios.

Suavizar el bruxismo: el hábito de apretar las mandíbulas y rechinar los dientes durante el sueño también tiene su solución en la toxina botulínica, que relaja los músculos responsables de la masticación y la corrige de forma muy efectiva.

Calma la tortícolis. Siempre con prescripción de un médico especialista, la toxina botulínica es una opción para el tratamiento de la tortícolis crónica que no remite por otros medios.

Atenuar las cicatrices: uno de sus usos más desconocidos, pero muy efectivo. La toxina relaja los músculos que rodean a la cicatriz, haciendo que éstos no “tiren” y que la cicatriz se muestre más suavizada.

Tensa el pecho: lo último para un tratamiento lifting del pecho sin pasar por el quirófano. El principal contra, el precio, muy elevado.

Regula la transpiración: el uso del Botox como remedio para la hipersudoración es uno de los más extendidos, después del estético. Se utiliza tanto en las axilas como en las palmas de las manos y las plantas de los pies.

Calma el dolor de pies: se conoce como “Loub Job” (Loub, de Louboutin, por los tacones). Es, según dicen, la mejor manera de soportar sin dolor los tacones más vertiginosos: al relajarse la curvatura del pie, el dolor desaparece.