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Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en LinkedINEl maquillaje no faltaba en la vida de ningún egipcio: hombres y mujeres, ricos y pobres, lindos y feos acudían a él.
Entonces, maquillarse no solo era una cuestión estética; servía para proteger la piel de la impiedad del sol, espantar a los insectos y adorar a los dioses. Para los egipcios, el maquillaje tenía poderes mágicos y curativos. Por todas estas motivaciones, esta sabia cultura fue una verdadera pionera en el arte del maquillaje.
Los perfumes de los egipcios eran muy afamados en todo el Mediterráneo. Y es que, ¡eran los mejores! Podían llegar a conservar su fragancia hasta por 8 años –así lo demostraron las palabras del mismísimo Plinio, uno de los más grandes pesadores romanos–.
Pero, ¿con qué estaban elaborados estos perfumes casi eternos? Pues, con ingredientes puramente naturales, como raíces, flores, hojas de henna, canela, rosas, almendras…
Jabones curativos. Los egipcios consideraban que los cuerpos sucios eran un símbolo de impureza. La necesidad de mantenerse siempre limpios fue la que dio a luz a los jabones egipcios. Estos no eran como las barras que empleamos hoy en día. Se trataba de una pasta elaborada a partir de fresno, barro y aceites. Esta curiosa mezcla no solo limpiaba el cuerpo: ¡también curaba!
La clave de la cualidad sanadora de estos jabones yacía en el aceite de oliva. Este humectaba la piel (lo cual era particularmente importante dada la sequedad de Egipto) y ayudaba a que la piel se recuperara del daño solar.
Una piel sana. La intensidad del sol en esas latitudes obligó a los egipcios a idear estrategias para cuidar su piel. Así crearon una gran variedad de aceites corporales para prevenir la sequedad, las quemaduras y las infecciones cutáneas.
Para hacerse una idea: los aceites corporales eran tan centrales en el bienestar de los egipcios, que parte del salario de los trabajadores se pagaba en aceites corporales. Ahora bien, estos no eran perfumados; solo las personas de las clases altas podían acceder a este lujo.
La fuente de la eterna juventud. La mayoría de los egipcios no vivía más de 40 años. Sin embargo, parece ser que el miedo al deterioro también estuvo presente en sus corazones. Y es que la vida era mucho más riesgosa; lastimarse era mucho más sencillo. Cada vez que dañaban su cuerpo, solían aplicarse miel –por sus fuertes propiedades antibacterianas-.
Por otro lado, para prevenir las arrugas causadas por la excesiva exposición solar, se cubrían con un ungüento a base de aceite de moringa e incienso.
El secreto de Cleopatra. No es posible hablar de la belleza egipcia sin hace referencia a su máximo referente: Cleopatra. Su encanto incomparable supo enamorar a más de un emperador –ni Marco Antonio, ni César pudieron escapar de sus redes–. Ahora bien, ¿cuál era el secreto de tanta belleza? Pues, ¡los baños de miel y leche, claro! Estos dos ingredientes humectaban su piel y la dejaban reluciente.
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